Ícaro: Diez Años Históricos de Pasión y Vino
Por Jesús Díez
Una década de dedicación y sueños
Una década haciendo vino se dice rápido, pero el trabajo y la pasión detrás son inmensos.
Hace ya doce años que José Luis Durand llegó a México para dedicarse al vino, comenzando su camino en Casa Pedro Domecq, en el precioso Valle de Guadalupe.
Agrónomo de formación y enólogo por vocación, José Luis entiende a la perfección cómo debe desarrollarse una planta para alcanzar una calidad óptima en los vinos. Su llegada marcó una etapa importante para la vitivinicultura mexicana.
Los inicios de una trayectoria brillante
Desde su llegada, tomó la dirección de elaboración en una de las vinícolas más grandes del país. No fue tarea sencilla.
Una de las hazañas más admirables ocurrió cuando se desmontó la planta de Domecq en Ensenada. José tuvo que trasladar la uva desde Baja California hasta la planta de Aguascalientes para vinificar. Todo un reto técnico y logístico.
Recuerdo que en 2003 o 2004 me encontré con José en una presentación de vinos en El Palacio de Hierro. Me ofreció probar un vino y me dijo:
—“Pruébalo y dime qué te parece.”
Lo hice, y me sorprendió gratamente. Más aún cuando me reveló que era una reingeniería del vino Calafia, aquel clásico que muchos recordarán. Ese vino ganó medalla de plata en Bruselas ese mismo año.
Ícaro: el inicio de un vuelo enológico
Desde 2002, José elabora su propio vino: Ícaro. Solo tuvo un salto en la añada 2003, por las complicaciones logísticas mencionadas.
Hoy, con más de diez cosechas en su haber, Ícaro representa la constancia, la precisión y el amor por el terruño.
Ha cambiado de zona vitícola —de San Vicente a Valle de Guadalupe— y de viñedos viejos a plantas jóvenes. Sin embargo, lo sorprendente es la consistencia: diez añadas con calidad, estructura y personalidad.
Eso solo se logra con conocimiento profundo del viñedo y con la intuición necesaria para cosechar en el momento justo.
Una cata vertical para la historia
Durante una cata vertical (cuando se degustan distintas añadas del mismo vino), pudimos apreciar la evolución de Ícaro a lo largo de los años.
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En 2004, se perciben notas que recuerdan al Petit Verdot, con aromas intensos y elegantes.
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En 2005, la maduración fue más intensa, con menos lluvias.
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La añada 2008 reflejó el calor del sol y los recuerdos de los incendios que afectaron Guadalupe, Napa y California.
También notamos cómo, según los recursos disponibles, hubo épocas con barricas nuevas que aportaron mayor complejidad, y otras con barricas usadas que dejaron brillar la fruta.
De Nebbiolo a Cabernet: la nueva etapa
En los años más recientes, la base varietal cambió de Nebbiolo a Cabernet Sauvignon, buscando vinos más elegantes, expresivos y con una identidad clara del terruño.
Hoy, la barrica está más integrada, dejando protagonismo a la fruta y al carácter del varietal. Así deben ser los vinos de autor: con alma, equilibrio y una firma reconocible.
El legado de José Luis Durand
No me queda más que felicitar a José Luis Durand por su trayectoria en los vinos de México y agradecerle su decisión de establecerse en nuestro país.
Sus vinos muestran que Ensenada también puede producir etiquetas sin el carácter salino que muchos asocian con la región, pero con personalidad y equilibrio.
Gracias, José, por elevar la viticultura mexicana y por demostrarnos que la pasión puede transformar cualquier suelo en arte líquido.
Un abrazo fuerte,
Jesús Díez